La primera referencia es respecto a las aguas y los bosques.
El decreto dictado por Bolívar, el 19 de diciembre de 1825 manifiesta
la angustia que tenía por la ausencia de aguas que hacían el territorio
correspondiente árido, sin vegetación e impedían a la colectividad obtener
beneficios propios del cultivo de especies.
Ante esa situación Bolívar ordena el estudio sistemático de los ríos y
de sus vertientes, es decir, de las cuencas hidrográficas y la preparación de
un proyecto de riego para llevar las aguas a donde convenga.
En segundo lugar, decreta un programa de reforestación que había de
llevarse a cabo en todo lugar donde el terreno prometa prosperar una especie de
planta mayor cualquiera y hasta un número de millón de árboles.
Por último, ordena la preparación de un sistema legislativo para crear,
mantener y aprovechar los bosques en el territorio de la república.
Nótese la sabiduría de esas providencias: conservar las fuentes de las
aguas, al estudiar las cuencas hidrográficas, crear nuevos bosques y adoptar
una legislación protectora.
La audacia de lanzarse con un plan de UN MILLÓN de árboles, cantidad
que hoy en día sigue siendo apreciable, en momentos en los cuales no se
disponía de los medios técnicos y financieros de hoy, indica el convencimiento
pleno de parte de Bolívar de estar ante un problema de tal gravedad que no
cabría limite a la necesidad de una solución. Hay que darse cuenta de lo que
significaba hablar de un proyecto de magnitud semejante en 1825, con un erario
público reducido y un estado que apenas estaba naciendo.
Y no queda Bolívar tranquilo con esa disposición sino que el 31 de julio
de 1829, lanza otro decreto, más audaz e importante en el cual reconoce,
primero le enorme riqueza e importancia de los bosques tanto de propiedad
pública como de la privada. Segundo: La necesidad de proteger esa riqueza con
medidas legislativas y de gobierno que fueren adecuadas. Tercero: El gran
perjuicio que causa a esos bosques, el abusivo proceso de obtención exagerada
en ellos de maderas y productos vegetales.
Ante esa situación, Bolívar ordena levantar un censo de los bosques
existentes, se prohíbe explotar los bosques baldíos sin licencia, establece
sanciones a quienes violenten esa norma, crea un impuesto para gravar la
explotación forestal y no permite que ciertos productos sean extraídos, incluso
en bosques de propiedad privada sin expreso permiso de un organismo administrativo.
Pero, no son solamente las tierras, las aguas y los bosques, motivo de
la preocupación del Libertador, sino que atiende también el grave problema de
la conservación de ciertas especies de la fauna, sosteniendo, en especial
acerca de las vicuñas, que si no se toman medidas oportunas de protección, esa
hermosa y peculiar producción se verá aniquilada por la matanza que se hace sin
prudencia de ninguna clase. Por esa razón no solo se prohibe matar a esos
animales sino sanciona con multa el infringir la norma.
Está marcado allí todo un hermoso cuadro de labor conservacionista: al
crear condiciones para que las tierras se recuperen, mantener las cuencas
hidrográficas, formar bosques, regular su explotación procurar su
mantenimiento, conservar las especies animales: es en esquema, todo cuanto el
moderno Estado de hoy debe hacer y a veces no hace.
Pero no debemos olvidar que el Libertador había sido, por tiempo
suficiente hombre de campo, acostumbrado a tratar la tierra y sus productos,
pues personalmente asumió antes de 1810 en los valles de Aragua la
administración de las tierras de su patrimonio donde se cultivaba el añil, el
algodón, el café y el cacao. Sabía la importancia de las aguas para los
cultivos y el afecto que el agricultor toma por su tierra.
No nos debe extrañar su preocupación por la agricultura, manifestada en
los decretos de 21 de mayo de 1820 y el 17 de diciembre de 1825. En esos
decretos se advierte que la agricultura, junto con el comercio y la industria,
son el origen de la abundancia y prosperidad nacional.
La exquisita prudencia bolivariana en esta materia está marcada con
claridad en su decreto del 21 de mayo de 1820, que está referido a la necesidad
del cultivo nacional para el fomento de la riqueza agropecuaria del país.
Allí Bolívar contempla el problema bajo todos sus puntos de vista: uno,
el eminentemente práctico, es decir, el atender, al hecho de los cultivos que
existen y de las crías de que se dispone; el otro, el teórico, o sea el fomento
del estudio, de la investigación de la realidad y de las necesidades
nacionales. ¿Cómo?. La experimentación, el presentar proyectos de mejoras y
reformas en las crías y cultivos, el estudio de los principios científicos, la
divulgación de los conocimientos teóricos mediante libros y manuscritos y el
impulso a los cultivos como el café el añil, el cacao, el algodón, el olivo, la
vid, animando para ello a los propietarios y hacendados.
Unas tierras debidamente cultivadas, una población preparada para los
tratos a la naturaleza, una actividad agropecuaria fomentada en sus bases
técnicas y económicas. ¿Qué más podría pedirse para disponer de las ventajas de
la gran riqueza?.
Esas informaciones nos permiten advertir en el libertador, no solo al
teórico de la política, al hombre de la guerra, al sabio legislador, sino
también al estadista previsor, que apareció en la naturaleza el más importante
y seguro basamento de la riqueza de los pueblos, al permitirle, no solamente
una fuente de beneficios económicos, sino un campo amplísimo para el buen educar
de la gente y el disfrute de las bellezas nacionales.
Es justo y lógico hablar de Bolívar conservacionista. Merece ese título
al cuidar de los recursos naturales de la República, al fomentar la educación
de sus jóvenes en esa importante rama del saber humano, al premiar a quienes lo
hacían, al castigar a quienes atentaban contra la naturaleza y la república
destruyendo sus bosques, acabando con su aguas, haciendo áridas a sus tierras y
el más inagotable manantial de las riquezas del Estado.
Como atento vigilante de esa riqueza por decreto del 20 de diciembre de
1826, para poner a la vida nacional la grave pérdida de sus ganados, reducidos
por las consecuencias de la guerra al extremo de carecer de suficientes de
ellos para el cultivo de las tierras, para el transporte y para la defensa,
prohibió la exportación de toda clase de ganado.
Y no puede menos de hacerse mención en estos momentos, del atento
cuidado que puso el libertador en destacar el interés en la educación de la
juventud en las labores del campo, que no solamente deberían abarcar los
aspectos teóricos sino eminentemente prácticos. Cuando impartió en 1821
instrucciones para educar a su sobrino Fernando Bolívar hizo expresa
advertencia de que era necesario, además de enseñarle geografía y ciencias
exactas, tratar de que aprendiese un buen oficio como la agricultura, pues
gente entendida en esos menesteres "son los que el país necesita para
adelantar en prosperidad y bienestar".
Estamos, por lo tanto, en presencia de un Hombre de Estado como el
Libertador, para quien fue preocupación permanente en su vida de gobernante
proteger todos los recursos naturales renovables del país y además preparar la
gente necesaria para el buen cultivo de los mismos que eran, repito sus
palabras los que el país necesita para adelantar en prosperidad y bienestar.
Bolívar conoció mejor que nadie prácticamente todo nuestro territorio y
el de gran parte de América. Si se tiene paciencia para señalar en un mapa con
una marca todos los lugares desde donde Bolívar envió una carta, se tendrá ante
la vista la clara idea gráfica de la presencia física del libertador por la
enorme amplitud de nuestra geografía. El mar, el llano, la montaña, los ríos,
las tierras inundadas, los espacios secos, la selva, todo fue minuciosamente
recorrido por Bolívar.
Ese trato directo con la tierra y con sus elementos de juicio le
permite adquirir la noción exacta de la realidad del país. Se emociona ante sus
bellezas se interesa por sus riquezas, cuida atentamente de que ellas no sean
perturbadas por la explotación interesada ni por el deseo desenfrenado de
lucro.
Si pensamos en ese MILLÓN DE ARBOLES que Bolívar quiso hacer sembrar en
los extensos bosques que ordeno proteger, en la fauna que quiso preservar, en
las labores agropecuarias que deseaba fomentar, tendremos un motivo más para
tener, por Bolívar una nueva razón de respeto y veneración.
La patria se hace en la cátedra del maestro enseñando a los alumnos. La
patria se hace trabajando en el taller, en la fábrica o el comercio. La patria
se hace con el instrumento de música o con la pluma del escritor. Pero la
patria también se hace procurando que sus bosques sean más extensos, sus aguas
más abundantes, su fauna más rica, sus tierras más feraces. Y esa labor fue la
que el libertador quiso también realizar. Cuando los soldados lo realicen,
tengan en cuenta que están no solo cumpliendo labor de patria sino como buenos
militares acatando las órdenes de quien es por siempre el supremo conductor de
las FUERZAS ARMADAS DEL PAÍS, el Libertador Simón Bolívar.
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